Navidad, Fin de año, Reyes… En las casas, en torno a las mesas solariegas se reúnen y estrechan las familias. No faltará lugar para el buen amigo. Mes todavía quedan, parte de fuera, solitarios sin familia, sin casa, sin generosa mesa de amistad…

Yo bastante me acuerdo de el aire que tenían todos quienes vi comer, el mediodía de Navidad, en un pequeño restaurante económico. Entraban indecisos, con cierta reticencia de dejar las calles, ya vacíos, por el triste comedor, vacío también.

Se conocía que aquellos solitarios habían aprovechado las últimas migajas de la animación pública… entodo caso con la esperanza de alguna imprevista invitación, llovida a última hora… No: ninguno había llovido. Y ya encomendaban sueño comer. ¡Oh, el gusto amargo de hacerse un menú al propio gusto, este día!…

El uno, como en cierta protesta, no solamente rehuyó de todo lo tradicional a la fiesta, mas buscaba una nota muy extravagante en los platos y en sueño orden: que fiambres, que asado al principio… El otro, más cobarde, se rendía: y, previo vistazo consultadora de precio, no podía estarse de pedir una ración de aquel pavo, cual nombre figuraba, manuscrito, al fin y al cabo de la lista impresa. Y el uno miraba al otro, a través del vacío comedor, desde el arisco castillo de la propia mesita… ¿Aquellos solitarios no habrían podido, al menos en la efusión navideña, reunir sus soledades y hacer una compañía? ¿No vendría, en todo lo largo de aquella comida de desamparados, un momento en que los desamparados se ampararan?…

No, no vino. Muchas veces, por mucho tiempos, se miraron el uno al otro, a través del vacío comedor, desde el arisco castillo de la propia mesita. Y la efusión navideña no llevó de la uno al otro ningún consuelo. I ni yo, yo mismo, que me los estimaba a todos, no supe nada decirlos… Avanzaba la tarde. Ya anochecía el comedor. Sonó ruido agrio de monedas… Y desfilaron, y por las vías de la ciudad, todavía desnudas de gente, se perdieron aquellos hombres y aquellas mujeres que, andando con pasa lenta, hacían la vía de la soledad